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Divendres, 25 de juny
Les deu gran preguntes
A les formigues se'ns paralitzaven les antenes quan, de joves, ens preguntàvem què cony fèiem en aquest racó de món. Volíem saber d'on veníem, cap on anàvem, què hi havia fora del cau, si seríem immortals o sobreviuríem com a espècie. I, neguitoses, miràvem al voltant i, en no trobar cap resposta, ploràvem. I les llàgrimes salades van ser la resposta. Estàvem vives i amb això ja en teníem prou per construir el nostre formiguer.
Ha passat el temps, hem crescut i aquelles preguntes continuen sense resposta. Però alguna cosa ha canviat quan ens les fem. Ara belluguem les antenes. De curiositat. I de complicitat també. Com la que sentim en llegir les respostes que dóna Javier Sampedro a Les 10 grans preguntes que continuen bellugant el nostre formiguer.
Las 10 grandes preguntas
Javier Sampedro
¿Por qué hay algo en lugar de no haber nada?
01. Produce vértigo. La pregunta, además, tiene relación con otras igualmente perversas. ¿Qué había antes de que existiera el universo? ¿Qué hay fuera del universo? Los cosmólogos suelen eludirlas con argumentos que sospechosamente parecen tomados de san Agustín. Por ejemplo, dicen que el tiempo empezó en el Big Bang, luego la expresión "antes del universo" no tiene sentido. O que el espacio es una propiedad del universo, y por tanto la frase "fuera del universo" carece de significado. En la misma línea, la pregunta "¿por qué hay algo en lugar de no haber nada?" tampoco debe hacerse, puesto que si no hubiera nada no habría nadie preguntando.
En realidad, y redondeando un poco, hay trillones de formas de que no estemos aquí, y sólo una de que estemos. O, por ejemplo, por expresarlo con un aforismo de Jorge Wagensberg, "hay muchas más maneras de no ser que de ser". Tomemos, por ejemplo, dos de las fuerzas fundamentales de la naturaleza, la gravedad y el electromagnetismo. En nuestro universo, sus magnitudes son las que son. Los físicos pueden medirlas, pero no reducirlas a ningún principio general, y por lo tanto es posible concebir una infinidad de universos distintos en los que esas magnitudes serían diferentes. El problema es que en esos universos no habría nadie que pudiera hacer una pregunta. Si la relación entre la gravedad y el electromagnetismo fuera un poco mayor o un poco menor de lo que es en nuestro universo, no se generarían los elementos y las condiciones necesarias para la evolución de la vida. No sólo es que haya algo en lugar de no haber nada. Es que además parecemos vivir en el único universo en el que es posible hacer preguntas.
¿De dónde venimos?
02 La mera existencia de los seres vivos fue hasta el siglo XIX un poderoso argumento en manos de los teólogos. Si al pasear por el campo hallamos un reloj, deduciremos que existe un relojero. Si lo que encontramos es un lagarto o un saltamontes, deberemos deducir que existe Dios. Ésta venía a ser la tesis que el reverendo británico Willian Paley defendió hace dos siglos en su obra Teología natural, un libro que Darwin se aprendió casi de memoria en su perpleja juventud.
La gran revolución de Darwin puede leerse como una minuciosa refutación del argumento del reverendo Paley. Los relojes implican un relojero, pero los seres vivos no implican un dios, porque pueden evolucionar desde orígenes muy simples hasta alcanzar la asombrosa complejidad y especialización que observamos hoy a nuestro alrededor. La razón es que los seres vivos sacan copias de si mismos, pero esas copias no son exactas, y las más aptas para sobrevivir en su entorno local van imponiéndose con el paso del tiempo. La idea de la evolución permitió a la ciencia completar una explicación enteramente naturalista de nuestros orígenes: un viaje desde la química vulgar de la Tierra primitiva hasta la prodigiosa complejidad de la mente humana, sin necesidad de conductor.
La biología actual ha demostrado de forma aplastante que todos los seres vivos del planeta tienen un origen común, dando así la razón a Darwin. Pero eso plantea un problema para entender el origen de la vida. ¿Dónde están los otros? La materia inerta no pudo formar el primer ser vivo sin generar antes cientos de miles de subcomponentes más simples, para después combinarlos en trillones de formas posibles. ¿Dónde están esas otras combinaciones de subcomponentes? Si la vida surgió en la Tierra, lo que cabría esperar es que hubiesen adoptado muchas de las soluciones posibles, y no esta machacona unicidad que los biólogos comprueban una y otra vez en sus laboratorios. ¿Dónde están los otros? Este tipo de consideraciones llevaron en 1980 a Francis Crick, codescubridor de la doble hélice del ADN, a proponer las hipótesis de que las primeras bacterias habían sido sembradas en la Tierra por una civilización extraterrestre. La reacción de la comunidad científica fue unánime: "Eso no resuelve el problema; sólo se lo lleva a otro planeta". ¿Y qué?, se preguntará usted.
¿Llegaremos a entenderlo todo? (I)
03 Newton marcó la pauta hace más de tres siglos al descubrir que la fuerza que mueve a los planetas alrededor del Sol es la misma que hace girar a la Luna sobre la Tierra y la misma que hace caer las manzanas. Es el primer ejemplo de "unificación", la obsesión de la física, y la gran esperanza de encontrar la "teoría del todo" que contenga la clave del cosmos. Puede que "unificar" no sea lo mismo que entender, pero se le parece mucho. Tras la manzana y la luna, Maxwell unificó la electricidad, el magnetismo y la óptica bajo el paraguas del electromagnetismo; Einstein halló la profunda unidad que identifica el espacio com el tiempo, o la masa con la energía; el séptimo duque de Broglie reveló que las ondas y las partículas son a la vez ondas y partículas; así, las llamadas fuerzas fundamentales de la naturaleza, antaño autónomas e irreconciliables, han ido cayendo en el mismo saco voraz.
¿Es posible entenderlo todo (II)?
04 No tenemos ninguna garantía que la mente humana sea un instrumento adecuado para comprender el mundo. Nuestro cerebro es el producto de la evolución biológica, y éste es un proceso con una pésima fama entre los científicos que lo conocen de cerca. "La evolución es chapucera y opostunista", advirtió hace tiempo François Jacob, a uno de los fundadores de la biología molecular. Otro de ellos, Sydney Brenner, añadió: "Si las matemáticas son el arte de lo perfecto, y la física es el arte de lo óptimo, la biología no es más que el arte de lo satisfactorio: cualquier cosa sirve, siempre que funcione". El propio Darwin fue más explícito: "Siempre me asalta la duda horrible de si las convicciones de la mente humana, que se han desarrollado a partir de los animales inferiores, tienen algun valor. ¿Alguien se fiaría de las convicciones de la mente de un mono, si es que hay alguna convicción en una mente tal?.
El filósofo de la evolución Michael Ruse se mostraba optimista: "Por qué creemos en la necesidad objetiva de las conexiones causales, si Hume ja demostró que no la hay? Pues simplemente porque los seres prehumanos que relacionaron el fuego con las quemaduras sobrevivieron y se reprodujeron, mientras que los que pensaron que todo era una cuestión de filosofía murieron abrasados".
El gran filósofo Richard Feyman dijo una vez: "Si alguien cree entender la mecánica cuántica, es que no la entiende". La mente humana,en efecto, no está hecha para bregar con un cosmos en el que una partícula puede estar en dos lugares a la vez. Y, sin embargo, el cerebro humano ha descubierto la mecánica cuántica. Einstein se asombró de que el universo fuera comprensible. Pese a nuestros simiescos orígenes, quizá debamos estar preparados para comprenderlo todo algun día.
¿Se podrá leer la mente?
05 La mente es algo así com un millón de procesadores especializados trabajando en paralelo. Nadie sabe cómo funciona ni uno solo de ellos, pero para leer la mente no hace falta saber tanto. Puede bastar con saber dónde está cada uno de esos procesadores en el cráneo, y esta cartografía está progresando a un ritmo asombroso gracias a las modernas técnicas para fotografiar el cerebro humano en acción, como la resonancia magnética. Miles de voluntarios se someten a las tareas que les ordenan los neurocientíficos mientras un escáner indaga qué zonas del cerebro se activan en cada tarea. Una zona procesa los objetos en rotación, otra resuelve silogismos, otras analizan secuencias de símbolos, sopesan estrategias, nos urgen a buscar novedades o nos indundan de placer -dopamina y endomorfinas - cuando nuestro comportamiento se pliega a los dictados darwinistas: crece y reprodúcete.
Para leer la mente no hay más que volver del revés los experimentos anteriores. Ponga un casco de resonáncia magnética al señor Bloom y vea qué bombillas se encienden en su cabeza mientras pasea por Dublín con un riñón de vaca en su bolsillo. Sin moverse de su ordenador, usted puede ver un mapa del cerebro que se ilumina con redes complejas de luces cambiantes y usted sabrá lo que está pensando el señor Bloom. Si la técnica progresa lo suficiente, el resultado será muy parecido a lo que ya descubrió James Joyce con su innovación literaria del monólogo interior.
¿Llegaran a ser conscientes los ordenadores?
06 Incluso el más correoso de los solipsistas, esos filósofos extraños que no consideran probado que exista el mundo, acepta que existe al menos una forma de consciencia: la suya. Si hay algo que sabemos por encima de toda duda razonable es que somos conscientes. La consciencia es muy difícil de definir formalmente, pero un pequeño grupo de investigadores se ha decidido por fin a abordar científicamente el problema. Esperan encontrar "Los correlatos neuronales de la consciencia", aquellos circuitos cerebrales que están activos cuando somos conscientes de algo. Nuestro cerebro está procesando todo tipo de información permanentemente, pero nosotros somos inconscientes del 99% de esa actividad neuronal. Entonces ¿quienes somos nosotros? Tal vez seamos ese otro 1%, pero entonces no estamos en ningún lado, porque ese 1% es una red de neuronas ahora y otra distinta medio segundo después. ¿Llegarán los ordenadores a ser conscientes, como el HAL de 2001 Odisea espacial? Si nuestro cerebro, que no es más que un objecto físico, posee esa propiedad, nada impide lógicamente que un ordenador pueda llegar a poseerla también. Es posible que haya problemas técnicos insalvables. Nuestro cerebro tiene 100.000 millones de neuronas, y cada una es capaz de formar hasta 10.000 conexiones precisas con las demás o destruir o reforzar cada una de ellas según circunstancias o experiencias. Quizá no sea posible hacer nada semejante con circuitos de silicio. Quizá sea preciso substituir el silicio por el carbono y sus asombrosas construcciones de azúcares, grasas, proteínas y dobles hélices del ADN. Quizá los ordenadores conscientes ya existan, y seamos nosotros.
¿Estamos en manos de la evolución?
07 Durante los últimos seis millones de años hemos sido chimpancés, austrolopitecos, "Homo erectus" y "Homo sapiens". Nuestro cerebro ha triplicado su tamaño y ha inventado los circuitos neuronales que posibilitan el pensamiento abstracto, el sentido ético, la creatividad artística y el lenguaje humano. ¿Hacia dónde nos lleva la evolución biológica? ¿Cúal será el siguiente paso? La opinión más extendida es que no vamos a ninguna parte, que no habrá siguiente paso, que la evolución cultural ha tomado relevo a la darwiniana y que nuestro destino como especie ya no depende de nuestra biología, sino de nuestra tecnología. Y es posible que así sea.
La receta de Darwin - hacerlo poco a poco a lo largo de miles de generaciones- solo funciona si cada pequeño paso supone una "ventaja selectiva" para su portador, es decir, si mejora sus perspectivas de reproducirse. Como señaló Richard Dawkins, "la principal ventaja selectiva en nuestras sociedades es la incompetencia en el manejo del condón". Pobre perspectiva para el futuro de la humanidad".
¿O está la evolución en nuestras manos?
08 Es posible que no haga falta esperar a que la evolución opere de manera natural. Tal vez podremos manipular a voluntad los genes de nuestros hijos. La idea es tabú en la actualidad, pero eso irá cambiando poco a poco. Los principales asesinos en nuestras sociedades son el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y las degenerativas, y todas tienen componentes genéticos muy relevantes. ¿Quien querrá que sus hijos lleven los genes de la enfermedad cuendo la técnica permita cambiarselos por los de la salud? Las alteraciones genéticas destinadas a evitar enfermedades se aceptarán mucho antes que las diseñadas para mejorar las capacidades de la mente, pero la frontera es difusa. James Watson, codescubridor de la doble hélice del ADN, ha señalado que cada vez se conocen más genes relacionados con trastornos psiquiátricos y predice que los padres querrán evitarselos a sus hijos. Pero ¡quién trazará la frontera entre el trastorno psiquiátrico y la mera variabilidad psicológica propia de la especie humana? Y otra cuestión: hay rasgos psicológicos, como la sociabilidad, el carácter apaciguador o la inteligencia general, que tienen un fuerte componente genético. Si ese componente varia de manera natural entre 1 i 5 (digamos), ¿aprenderemos a manipular los genes para crear un niño 10? ¿Querremos hacerlo?
¿Seremos inmortales?
09 El envejecimiento no es una mera consecuencia inevitable del paso del tiempo. Nuestros componentes se van estropeando, desde luego, pero las células saben cómo repararlo. Otra cosa es que quieran hacerlo. Las reparaciones son costosas, como sabe todo cliente de fontanero, y las especies biológicas tienen que repartir cuidadosamente su presupuesto entre el mantenimiento y la reproducción. Los gusanos se lo gastan todo en reproducirse: ponen 300 huevos a toda prisa y se mueren de viejos a la semana de vida. Las tortugas se lo gastan todo en mantenimiento. Dejan poca prole y duran 200 años. Los genetistas han logrado ya duplicar la vida de los gusanos, las moscas y otras especies, y el truco es casi siempre manipular unos cuantos genes relacionados de un modo u otro con la alimentación. La comida es el combustible que necesitamos para vivir, pero quemar combustible va desgastando los motores. Los genes de la longevidad imitan el efecto de comer poco. De hecho, la vida de estos animales también se puede duplicar con una dieta hipocalórica. Si estos datos son aplicables al ser humano - como es probable-, el secreto de vivir muchos años debe ser comer bien, pero poco.
Pero todavía más. Algunas de nuestras células son inmortales. El mejor ejemplo son las células madre que habitan en el embrión. Los investigadores pueden aislarlas y mantenerlas en cultivo indefinidamente. Se replican una y otra vez sin deteriorarse. Nuestros órganos adultos también contienen células madre que van renovando las células muertas de la piel o de la sangre. Los científicos estan aprendiendo a utilizar ambos tipus de células madre para que puedan reparar o rejuvenecer otros órganos como el corazón y el cerebro. Tardarán aún muchos años, pero ¿qué pasará si lo consiguen? ¿Quién se podrá permitir la pedantería de ser inmortal?
¿Nos suicidaremos como especie?
10 Imaginemos que ya hemos respondido las nueve preguntas anteriores. Ya sabemos por qué existe el universo, cómo surgió la vida en la Tierra y qué clase de susto nos depara la evolución. Ya tenemos una ecuación que abarca toda la física, sabemos cómo funciona el cerebro, hemos diseñado ordenadores conscientes y vivimos más años de los que podemos soportar sin perder la compostura. ¿Y ahora qué? ¿De qué servirá tanto conocimiento si seguimos siendo incapaces de organizar un mundo justo, pacífico y creativo? La ciencia tiene aquí un papel menor. Debe conformarse con identificar en detalle las miserias de la naturaleza humana. Corregirlas es labor de los educadores y políticos.
Javier Sampedro /EPS/ El Pais/20-6-04
lasius i neglectus
24.6.04
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